Cuando pisé el
aeropuerto de Damasco, lo primero que sentí fue tensión. Ya había oído hablar
de la policía y los agentes de aduanas… Podían ser amables, o no, todo dependía
de cómo soplara el viento ese día. Afortunadamente, pude entrar al país no sin
la respuesta un tanto impertinente del agente. La conversación fue tal que así:
Agente: ¿Hace cuánto que no vienes a Siria?
Yo: Desde que salí cuando era un bebé.
Agente: Pues no sé para qué vuelves. Menuda tontería.
Obviamente, la pequeña charla tuvo lugar en árabe, pero he traducido de la manera más fiel la respuesta del agente. Aunque en realidad, en árabe suena aún más borde. Salvando ese breve momento, un tanto…peculiar, enseguida empecé a tener sentimientos positivos. De repente todo me era familiar, me sentía como en casa. El brisa cálida del verano, motos con tres o más pasajeros, habitantes con chilaba y el sonido de la llamada a la oración por toda la ciudad… Esto último puede parecer una banalidad, sin embargo, el hecho de escuchar por todas las calles una llamada a la espiritualidad conjunta, a la paz, a la unión, es una sensación única. Puedo asegurar que cada elemento, cada lugar de Siria activa los cinco sentidos.
Cuando visité el pueblo de mis padres vi a los niños jugar en la calle sin preocuparse por nada, las gentes del pueblo eran hospitalarias, generosas, serviciales, humildes. En resumidas cuentas, la naturalidad de la sociedad hizo que me relajara, que disfrutara de cada minuto del día; recordé lo pequeños que somos en un enorme mundo que, a menudo se nos queda demasiado grande.
A lo largo de la historia “las conquistas” han sido una tentación imposible de evitar. La ínfula de poder de los individuos desemboca en la masacre de inocentes que tienen que aguantar la prepotencia de unos pocos. En Siria concretamente, la violencia vivida con Al Assad padre, renace con el hijo. Ya ha pasado más de un año de ataques a civiles, ataques indiscriminados contra niños, mujeres y hombres. Esos infantes que jugaban en la calle ajenos a los problemas de los adultos, ahora se ocultan por miedo a ser tiroteados, secuestrados, torturados o violados. Se han visto obligados a madurar de golpe.
Las calles antes repletas de chavales y ancianos pasando el día, están ahora cubiertas de cuerpos mutilados, de sangre; y ni tan siquiera se puede enterrar a esos inocentes dignamente.
Agente: ¿Hace cuánto que no vienes a Siria?
Yo: Desde que salí cuando era un bebé.
Agente: Pues no sé para qué vuelves. Menuda tontería.
Obviamente, la pequeña charla tuvo lugar en árabe, pero he traducido de la manera más fiel la respuesta del agente. Aunque en realidad, en árabe suena aún más borde. Salvando ese breve momento, un tanto…peculiar, enseguida empecé a tener sentimientos positivos. De repente todo me era familiar, me sentía como en casa. El brisa cálida del verano, motos con tres o más pasajeros, habitantes con chilaba y el sonido de la llamada a la oración por toda la ciudad… Esto último puede parecer una banalidad, sin embargo, el hecho de escuchar por todas las calles una llamada a la espiritualidad conjunta, a la paz, a la unión, es una sensación única. Puedo asegurar que cada elemento, cada lugar de Siria activa los cinco sentidos.
Cuando visité el pueblo de mis padres vi a los niños jugar en la calle sin preocuparse por nada, las gentes del pueblo eran hospitalarias, generosas, serviciales, humildes. En resumidas cuentas, la naturalidad de la sociedad hizo que me relajara, que disfrutara de cada minuto del día; recordé lo pequeños que somos en un enorme mundo que, a menudo se nos queda demasiado grande.
A lo largo de la historia “las conquistas” han sido una tentación imposible de evitar. La ínfula de poder de los individuos desemboca en la masacre de inocentes que tienen que aguantar la prepotencia de unos pocos. En Siria concretamente, la violencia vivida con Al Assad padre, renace con el hijo. Ya ha pasado más de un año de ataques a civiles, ataques indiscriminados contra niños, mujeres y hombres. Esos infantes que jugaban en la calle ajenos a los problemas de los adultos, ahora se ocultan por miedo a ser tiroteados, secuestrados, torturados o violados. Se han visto obligados a madurar de golpe.
Las calles antes repletas de chavales y ancianos pasando el día, están ahora cubiertas de cuerpos mutilados, de sangre; y ni tan siquiera se puede enterrar a esos inocentes dignamente.
A diario leo y
escucho que la solución para Siria es muy complicada, que no se solucionará a
corto plazo, que no se va intervenir porque los unos están en año electoral,
los otros no tienen ninguna seguridad de en qué manos quedará el país, y los
últimos están ocupados con la crisis mundial. Obviamente, un proceso de
intervención política internacional se tiene que llevar a cabo de la mejor
manera posible, sin vulnerar las leyes. Sin embargo, mientras tanto, tenemos
que esperar que entre las decenas o centenares de muertos de ese día no estén mis
tíos, mi sobrina o mis primos. No queda más que rogar a Dios que dejen de
torturar y/o violar a las mujeres y a las niñas, porque cuando todo acabe, no
tendrán a su disposición ayuda psicológica, eso es un privilegio... Pero, ¿cómo
va a poder olvidar una niña de doce años que una decena de enormes soldados sudorosos
han profanado su joven cuerpo? ¿Cómo va a olvidar un niño que ya no tiene un brazo
o un ojo? ¿Cómo se puede olvidar el sonido de los tanques, las bombas, los
disparos…? Es un miedo insuperable que va a repercutir en el futuro del país y
de psicología de la población.
Únicamente
podrán recordar a un dictador al que su pueblo no le importaba en absoluto. Un
dictador que convirtió a una minoría alauita en una oligarquía que detenta el
poder y que difícilmente lo abandonará. Lo peor de todo es que ocurra lo que
ocurra, el pueblo va a salir perdiendo. Si no se consigue derrotar al asesino,
tendrán que seguir sufriendo. Y si Al Assad decide dejar el poder será a cambio
de beneficios con los que, seguramente salga muy bien parado; una vez más, el
pueblo verá cómo nadie paga por cada una de las 9000 víctimas.
Sólo espero
que el sentido de la justicia, la ética y la moral se unan para luchar contra
los villanos y que la bella Siria recupere su paz, su tranquilidad, su
espíritu; su vida, en definitiva.